Termina la franja televisiva con las campañas por el apruebo y el rechazo para el plebiscito de salida del día 4 de septiembre. Ha sido una batalla particularmente difícil, teñida por las fake news y por el clima de división aparentemente irreconciliable que provoca la obligación que nos hemos impuesto como sociedad: dar luz verde o no a una nueva Carta Fundamental para el país. Hace menos de una semana se desató una intensa discusión pública porque una de las dos opciones -la del rechazo- usó, entre otros, el recurso de una historia en la que un agredido dejaba libre de cargos a su agresor apelando para eso a la generosidad del amor. El amor ha sido una de las ideas fuerza de esa alternativa.
En el caso de esa historia en particular, una serie de entidades de la sociedad civil y política salieron a protestar, porque -se entendía- el amor no puede ni debe dar para tanto. No es posible -se señaló- relativizar denuncias en casos de abuso ni trasladar la responsabilidad de la violencia hacia las víctimas. Para solucionar el entuerto, los responsables del rechazo optaron por bajar la pieza. En este caso, aunque como dijo un Pontífice es más fuerte, el amor tuvo su límite. Todo en la vida suele tenerlo, por cierto.
Amor es una palabra castellana grave y que viene del latín. Refiere en el origen a un acto sentimental, el acto en el que se una madre regala sus caricias. Gracias a esta campaña para el plebiscito, este concepto que surge en lo más hondo de la sensibilidad humana entró en un terreno que suele ser tan insensible como la política. Se lo usa aquí como un eslogan y eso nos recuerda que se trata de una idea universal y arquetípica, nos pertenece a todos.
Como insumo, el amor es probablemente uno de los mayores proveedores de motivos en la cultura pop. Sólo en Spotify, la plataforma de streaming musical y de audio, el amor está en una serie de podcasts de crecimiento personal y da nombre a listas de artistas y de canciones.
Una búsqueda sencilla en el eje musical muestra en un lugar destacado una lánguida canción lanzada en 1979 por el español José Luis Perales y que se llama precisamente «El amor». No es su tema más famoso, pero inevitablemente forma parte de todas las compilaciones que reúnen lo mejor de su música. En el mismo Spotify, un segundo puesto de búsqueda lo tiene una bachata del puertorriqueño Tito el Bambino, publicada 30 años después que el tema de Perales. Fue la canción latina más escuchada de 2010 y le ayudó a su autor a vender 3 millones de copias del disco en el que está contenida. Evidentemente, esta canción también se llama «El amor».
El cine tiene -cómo no- su enorme caudal de menú amoroso. Una película llamada simplemente «Amor» salta de inmediato en los registros. Fue hecha en el año 2012 por el austríaco Michael Haneke, un director que se caracteriza por alimentar una mirada sombría de la vida a través de sus trabajos.
Aquí el realizador aborda la historia de una pareja de ancianos, cuya relación de décadas se pone a prueba hasta el límite a causa del accidente vascular de ella. Es, como corresponde a Haneke, una durísima reflexión; esta vez en torno al tema de la fragilidad de los adultos mayores; de quién y cómo asume el cuidado, y de los límites -si es que los hay- en cómo se entrega el amor. En su momento «Amor» ganó una serie de premios cinematográficos, entre ellos la Palma de Oro en Cannes y el Oscar a la mejor película extranjera. ¿Dónde verla? Se puede alquilar en la plataforma de streaming hispana Filmin.es.
Existe una versión -etiquetada como etimológicamente falsa- de la palabra amor. Con el prefijo a, que quiere decir sin, y el vocablo latino mors que significa muerte, se armaría el significado sin muerte; es decir, el amor es aquello que es eterno. Algo que instala casi en las antípodas de la Real Academia de la Lengua, que define al amor como el sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. Es decir, para la entidad que rige nuestra lengua, el amor refiere a nuestras carencias, que son tan finitas y mortales como nosotros mismos.
En el sitio web psicología-online.com se definen doce tipos de amor. Entre otros, aparecen el amor romántico o de la atracción física; el platónico; el recíproco; el que es vacío y carece de pasión, y el inmaduro, que está ahí para satisfacer las necesidades personales de alguien.
Hay un amor, sin embargo, que es identificado como el amor perfecto. Es perfecto porque contiene dosis debidas de intimidad, de pasión y de compromiso. Estos elementos dibujan un triángulo equilátero y forman parte de una teoría desarrollada por un famoso psicólogo norteamericano llamado Robert Sternberg, quien ha dedicado su vida a estudiar la inteligencia, el odio y -claro- el amor.
Aunque este amor perfecto definido por este especialista existe, se explica que es raro de encontrar. Por eso, se añade, si alguien se lo topa sólo siente la necesidad urgente de cultivarlo, tal como lo haría por ejemplo con la planta más valiosa. Porque este amor perfecto sencillamente llena la vida.
Los más racionales instalan al amor en la fisiología. Es una combinación poderosa de hormonas que actúan sobre el cerebro para estimular la liberación de dopaminas y, por tanto, de felicidad. Pero todo este cóctel no sería más que una excusa para que el órgano llamado corazón actúe para mantener la especie.
Según un sitio de estadística cristiana, hay 109 versículos sobre el amor en la Biblia que es -ya se sabe- el libro más vendido del mundo. La palabra amor aparece 425 veces en el Antiguo Testamento y 261 en el Nuevo Testamento. Pero es de esa segunda parte, que corresponde a la era cristiana, de donde proviene quizá la definición más famosa para la palabra: el amor es Dios o Dios es amor.
Precisamente desde esta visión total, universal (y también religiosa) emerge una de las versiones más controvertidas en torno al amor, porque viene desde mundos esotéricos. Antes que un sentimiento -se afirma- el amor es una energía, una vibración, la última verdad que subyace bajo todo lo que existe y nos enlaza a todos, es el Uno. En la Tierra, este amor se expresa -según el sitio dedicado a la espiritualidad Palabras del Todo– en el aporte que una persona singular hace a otra persona singular. En esta combinación de aportes singulares se da algo que supera lo que cada una habría hecho por separado. El amor es, por tanto, un gigantesco acto creativo.
A estas alturas, la experiencia indica que toda realidad se compone de muchas -a veces demasiadas para nuestro intelecto- capas. Es probable, por tanto, que todas y cada una de estas definiciones o concepciones o capas de lo que el amor es estén en lo cierto. Parafraseando a un santo chileno, amar hasta que duela. Amar. Incluso si hoy, cuando tendremos que ir a votar dentro de cinco días, te duele que tu contendor use el concepto del amor como un eslogan para convencer a otros de que lo que vale es exactamente lo opuesto a lo que tú piensas. Puro amor. Δ